"Sobre Cien años de Soledad"
En general, respecto de la narrativa latinoamericana publicada a partir de 1930, y en particular a la obra de García Márquez, “es posible comprobar que la función básica de esta narrativa incide en lo que se puede llamar la recuperación de lo Humano. Para este efecto las más grandes novelas del último tiempo acometen la empresa, casi imposible, de representar todas las esferas de la realidad. Una realidad iluminada u oscurecida por la razón y la magia, por la intuición espontánea y el ejercicio de la ciencia, por el sentimiento y la ideología, por el azar y el cálculo.
El mundo de esta narrativa no se limita a los niveles de lo aparente, la normalidad, lo razonable y creíble o lo empíricamente confiable. Por el contrario, la representación se amplía a las otras esferas igualmente legítimas de la realidad humana, a lo patológico, el absurdo, la magia, el instinto, los arquetipos del inconsciente (…)
Por este camino un amplio sector de la novela hispanoamericana se encuentra con el mito.
El mito se presenta como un instrumento eficaz para dar perfección, sentido y concreción al caos y encarnar la visión, a menudo brutal y trágica, de un mundo que se desmorona sin remedio.
Es así como por la vía de la paradoja, la literatura y el mito cumplen una función prometeica. Porque en ese representar descarnado y cruel (en que lo natural resulta preñado de una fuerza prenatural), la literatura parece proponerle a Hispanoamérica la necesidad de asumir su vocación histórica en el reconocimiento de su propia degradación
Este descubrir la realidad latinoamericana a través de la escritura, tiene antecedentes en el proceso de conquista de América por los europeos, quienes desde su perspectiva, relatan lo que ven en este nuevo mundo. Mundo lleno de hechos y situaciones inverosímiles, solamente explicables a través del mito. “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro.
Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana encargada de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro” y es la afirmación de esta realidad la que sustenta toda una literatura que procura encontrar en sus propias raíces los elementos que le permiten construirse un presente y un futuro. El mismo García Márquez lo dice en el discurso ya citado: Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.(…)
“Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario